Deslizó
suave y lentamente su última prenda, dándome una visión
maravillosa del propio paraíso. Regalándome cada curva del más
maravilloso mapa que puede existir.
La
unión de su cuello con el hombro, la primera curva que tomé. En el
camino encontré algunas piedras, pero no eran de esas que molestan.
No. Eran piedras preciosas, de diferentes tamaños incluso colores.
Esas piedras se llamaban lunares.
Bajé
un poco más.

Su
pecho. ¡malditos pechos que me hipnotizaron y no me dejan despertar!
Ella siempre se queja de sus pechos, pero para mí, son perfectos.
Dos manchas rosadas enamoran a cualquiera y el tacto... Dios, son
tentación para cualquier hombre.
Su
tripa. Es una curva fácil de tomar. No tiene muchos obstáculos...
si realmente quieres conocer bien su tripa tienes que pararte en un
lago sin agua. Parece no muy excitante, pero lo es.
Su
espalda... tengo devoción por su espalda.
Decidí
pararme aquí y degustarla antes de seguir con mi viaje. Parar y
observar cómo la gloria me matará —ya me estaba matando—. Pero
firmé el contrato, quiero estar en este paraíso aunque luego baje a
la tierra más triste y repugnante. Tus curvas merecen la pena,
mujer. Su espalda estaba dividida en dos partes iguales. Un camino
separaban a estas gemelas... no sé muy bien cómo definir este
camino, pero era fantástico poder recorrerlo con la punta de mis
dedos.
Seguí
mi recorrido y hallé su trasero. Si me matan sus pechos... ¡su
trasero me resucita! Redondo, no muy grande ni muy pequeño,
simplemente perfecto. Cuando anda me quedo mirándolo, viendo como
presumen y se contonean. «¡Somos las reinas
del mundo!» gritan a los cuatro vientos.
Sigamos
bajando o moriré en el intento.
Llegamos
a otra parte importante: sus piernas. Me encanta pasearme por sus
piernas. Largas, finas y bronceadas. Sé que ella se las cuida mucho
ya que se nota. Son dos curvas magníficas. Empiezan en las
cartucheras, haciendo una pequeña y coqueta curva hacia dentro en la
parte superior de las piernas, donde se encuentra el fémur. Esa
curva acaba ya que empieza la rodilla. ¿No os habéis fijado que de
rodillas para abajo las piernas son diferentes de las rodillas para
arriba? Aunque eso no significa que sean menos bonitas.
Mi
paraíso se acababa. Llegaba al final... me topé con sus fantásticos
pies, tan cuidados como el resto del cuerpo. Tiene unos dedos
pequeñitos y cuando le hago cosquillas, se mueven con gran pasión.
A mí me hacen reír sus piesecitos. No llegan a una talla treinta y
ocho, pero son tan bonitos... Recorrí con mi dedo la última curva:
el puente de su pie, haciéndole cosquillas mientras miraba como sus
dedos repiqueteaban y se quejaban de mi invasión.
¡Ooops!
¡Qué ingenuo! Iba a olvidarme de la curva más bonita y perfecta...
la que todos los días me robaba la felicidad... su sonrisa.