En este caso, el título no es importante

No hay nada más triste que haber permitido que un tren se marchara por miedo de perder al que pensabas que merecía la pena. Por no bajar y subirte... por no arrepentirte en un futuro, por no arriesgar la felicidad de hoy y las frustraciones para mañana.

A veces la vida nos obliga a escoger: el tren que te deja antes en el lugar que deseas o el tren que tarda más.
Pensamos que el correcto es el primero y siempre lo cogemos por no perder el tiempo en un transporte público. Pasa la vida, los años, las ganas y un día de lluvia, por no ensuciar tus nuevas zapatillas, te paras unos minutos en un techito... y esperas a que escampe, o al menos que no caiga tal torrencial. Por esa razón, pierdes tu tren rutinario y te obliga a coger el que tarda más en dejarte en casa. Lo aceptas a regañadientes, un día no pasa nada, te dices alentándote, intentando elidir la parte mala de esta situación. 

Te sientas en un vagón, sacas tus auriculares de la maleta, lo enchufas al aparato correspondiente y te abstienes de cualquier hecho exterior, a cualquier persona que se oponga a callar e incluso a las gotas que chocan con el cristal. 

En algún momento del trayecto, cuando sientes que has tranquilizado a la fiera monótona y rudimentaria que llevas dentro, te das cuenta de que alguien empieza a hacer señales con la mano. No le das importancia, no vas solo en el vagón, seguro que es a otro, concluyes. Sin embargo, la persona, al ver tu ignorancia, decide alzar la voz y decir tu nombre. Frunces el ceño, pones tu aparato de música en silencio, y giras tu cabeza.

Y ahí es cuando te das cuenta que es la loca que un día conociste; que soy yo.
Fue bonito. Me reencontré con una persona que dejó huella en mí, que me rompió de alguna manera lo que aún no sé explicar, que me hizo madurar y entender que las segundas oportunidades llegan cuando nadie está dispuesto a otorgarlas y mucho menos a esforzarse porque funcione... cuando, de premisa, sabes que una vez no llegó a buen puerto.

Trenes... puertos... somos viajeros, ¿eh?

Me acerqué a ti, te di dos besos y noté en tu cara sentimientos encontrados. Y ya no sé si reemplacé tu mal día y me colocastes a mí como guinda de pastel o que simplemente nunca te hubieses imaginado que en el tren que no coges por gran pereza, te esperaba yo. 

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