Muchos de los que me tenéis en Facebook saben que estoy leyendo el libro que tenéis como título de esta entrada. Me está gustando sobremanera, es más, creo que me lo volveré a releer cuando lo acabe. Siento que por mi desconcentración me he quedado cosas por el camino. Pero bueno, no venía a hablaros de mi retraso mental sino de uno de las escenas que Eloy incluye en su libro y que me ha gustado mucho. Sobre todo porque pienso lo mismo que él.
Es una bonita —si puede tener algo de bonito— reflexión sobre lo que ahora prima en nuestro país.
Espero que os guste ☺
«Un incómodo silencio se instala entre dos personas que no desean estar ahí. El policía aprovecha para vaciarse los bolsillos y dejar cuidadosamente sus gafas, el móvil y un manojo de llaves sobre la mesa. Afortunadamente, el camarero vuelve al instante con las bebidas.
—Bueno,
¿y qué tal esto de la política? Parece que todo te va genial, ¿no?
—rompe el silencio—. ¡Qué diferencia a cuando te pasabas diez
horas sentado en la oficina, madrugando, llegando a casa a las
tantas...! Ni punto de comparación —dice mientras bebe un trago de
cerveza directamente de la botella —. Pero, bueno, es lo que pasa
cuando uno tiene un primo en el partido: te apuntan en una lista y,
zas, en apenas dos años, pelotazo padre.
El
concejal escucha escondido tras una copa de vino que no es lo
suficientemente grande para hacerle desaparecer.
—Y
la casa que te estás haciendo... ¡Madre mía! Seguro que en tu vida
habías soñado con algo así. Tu mujer estará encantada... —el
policía deja pasar un pequeño silencio porque sabe que puede tensar
la cuerda, pero no romperla. No sería bueno para ninguno de los dos.
—Bueno,
déjate de rodeos y dime lo que quieres —comienza a impacientarse
un político que no está acostumbrado, aún, a estas situaciones.
—Tranquilo,
tranquilo, que hemos venido a almorzar —intenta usar un tono más
calmado—. ¿Que qué quiero? Uff, muchas cosas. Para empezar, un
trabajo como el tuyo, aunque no me quejo —dice, sonriendo—. Pero,
bueno, de momento con un poco de calderilla me conformo. Además, con
todo lo que te estás ahorrando, al final te seguirá saliendo
barato.
—No
sé a qué te refieres. —en ese momento aparece de nuevo el
camarero con dos platos idénticos: solomillo ibérico con una
generosa guarnición de setas.
—Vaya,
esto sí es un almuerzo y lo demás, tonterías. Venga, no te
preocupes, si yo te entiendo; al fin y al cabo, soy de los tuyos —le
dice mientras corta la carne—. Para empezar, soy de la opinión de
que todos somos corruptos en nuestra medida, a nuestro nivel, dentro
de nuestras posibilidades. Por ejemplo, ¿qué diferencia hay entre
uno de vosotros y esa persona que se queja del gobierno pero en su
bar tiene a varios camareros trabajando sin contrato, o aquel que
lleva el coche al taller pero prefiere ahorrarse los impuestos
pagando sin factura, o aquellos que mientras protestan por la
corrupción política se jactan de haber engañado a Hacienda en la
declaración, o todos los que ahora no pueden pagar la hipoteca pero
que llenaron un sobre con dinero negro cuando fueron al notario a
comprar la vivienda, o esos manifestantes que, pancarta en mano de
«Ladrones, ladrones», llegan a casa y se descargan todo lo que
pueden de Internet sin pagar un euro...? Ninguna. Cada persona es
corrupta en su nivel, cada uno roba dentro de sus posibilidades...
—continúa masticando.
»Mira,
el otro día, en un supermercado, me fijé en un tipo que ponía
manzanas en una bolsa, las pesaba y le pegaba la etiqueta. Al
instante volvía a abrir la bolsa para echar dos o tres más. ¿Eso
es robar? Pues sí. La única diferencia es la cantidad robada, pero
el hecho es idéntico. Claro, uno podría decir que robar comida no
es lo mismo, que lo hizo porque la situación es la que es... pero
entre tú y yo, me apuesto el coche a que si en lugar de manzanas
hubieran sido relojes, lo habría hecho exactamente igual.
Aquel
policía no paraba de hablar y el concejal escuchaba sin saber muy
bien cómo iba a acabar aquella conversación.
—Pero,
aun así, a pesar de todo, lo vuestro es bastante peor, porque se
supone que vosotros deberíais dar ejemplo a los ciudadanos. Pero
claro, lo tenéis tan, tan fácil... Y es que cuando el dinero no es
de nadie o, bueno, cuando es de todos... Además, tenéis la jodida
suerte de vivir en el País de las Maravillas, en este país donde
ningún político va a la cárcel, donde ni siquiera tienen que
devolver el dinero... y eso os da tal confianza que robar se ha
convertido en una rutina, ¡qué cabrones! —Se mete un trozo de
carne en la boca—. ¿Escuchaste el otro día la noticia de ese
político chino al que han condenado a muerte por corrupto? Con que
hicieran eso aquí una vez, una sola vez, verías qué pronto
cambiaba todo, pero claro, ¿quién dicta las leyes?
El
concejal hace ya varios minutos que se mantiene en los alrededores de
la conversación, sin atreverse a entrar. Cuando un compañero de
partido le dio una idea para ahorrarse un buen dinero en la
construcción de su casa, jamás pensó que alguien iba a enterarse,
y mucho menos que ese alguien —un policía, y además vestido de
uniforme— le chantajearía.
—Lo
que nunca he entendido es una cosa: ¿cómo es posible que nadie
revise y haga una simple suma? Lo que ganáis y lo que tenéis. Sólo
con eso se destaparía todo. No es posible que cualquier concejalucho
con un sueldo medio tenga esos coches, haga esos viajes, disponga de
dos o tres casas... sólo con ese dinero el país saldría adelante y
no harían falta recortes de ningún tipo, pero no, nadie lo hace...
—Se detiene un instante, le mira a los ojos—. Pero claro, qué
cojones, ¿quién va a hacerlo? ¿Vosotros? —se ríe—.»